En este contexto se produjo en 1843 la primera apertura hacia las ideas que bullían en Europa. Julián Sanz del Río, profesor de la Universidad Central, recibió una pensión para estudiar en el extranjero. En la Universidad de Heidelberg tuvo un encuentro intelectual de dimensiones prácticamente religiosas, que decidió su vida y orientó después a toda una generación de universitarios españoles: los planteamientos de Krausse, un filósofo alemán de la corriente idealista, aunque de segunda fila. Sanz del Río entendió que el pensamiento krausista era el más conforme con lo que dictaba el sano juicio y -sobre todo- era fundamentalmente susceptible de una aplicación práctica a la vida individual y social. En 1844 volvió a España y puede decirse que dedicó su vida al estudio y difusión de estas ideas. Tradujo al castellano dos de las obras magnas de Krausse, Sistema de Filosofía y El Ideal de la Humanidad, que vieron la luz en 1860 e inauguraron el período de mayor empuje intelectual de esta doctrina. Fue sobre todo el segundo libro el que impulsó de manera esencial a los hombres que querían renovar la Universidad española.
Sanz del Río entendía que la tensión Estado-sociedad debía decidirse a favor de esta última, ya que el Estado tenía que evolucionar hacia un menor absolutismo y hacerse más relativo y dependiente de las sociedades que se fueran conformando en su interior. El bienestar y el futuro de la humanidad se centraban en acomodar la vida a la ciencia y al arte. En cuanto a la religión, quedaba desarrollada en un ámbito totalmente terreno, algo así como una unión filantrópica y humanitaria de todos los hombres, desprovista de cualquier elemento trascendente. Esta visión chocaba de frente con el cristianismo y era naturalmente incompatible con el dogma católico, por lo que el libro fue condenado en 1865. La ruptura abierta del Sanz del Río con la Iglesia era un hecho. Para él se trataba de una institución antipática, ajena al progreso y padrina de todas las reacciones.
Las escuelas dominicales. Grabado de la Ilustración Española y Americana
El interés fundamental del krausismo radica en que fue la línea de partida de Francisco Giner de los Ríos y de los hombres que pusieron en marcha la Institución Libre de Enseñanza. No habían logrado las doctrinas de Krausse ninguna trascendencia en Europa; en España fue seguida por unos pocos y siempre de modo poco ortodoxo. Su real influencia se centró en ser el primer intento intelectual de renovación y apertura al pensamiento europeo. Tal era la atonía de la Universidad española en aquellos años que cualquier idea nueva y distinta hubiera provocado similar conmoción en el ambiente. Digamos que sólo por azar esa suerte recayó en el krausismo. Y era también tal el afán controlador del Estado que cualquier intento ajeno a su acción habría de ser visto, forzosamente, como una grave amenaza para sus intereses.
En 1867 se intentó barrer al núcleo krausista por su actitud contraria a la fe y a la moral católicas. Un Real Decreto del 22 de enero de 1867 establecía como motivo de separación de las cátedras universitarias el sostenimiento -en clase o en los libros- de doctrinas erróneas en materia religiosa. Julián Sanz del Río, Fernando de Castro y Nicolás Salmerón fueron expedientados; y lo mismo Francisco Giner de los Ríos, por oponerse a esas resoluciones. La Revolución de 1868 abortó tales medidas y dio un vuelco completo a la situación: los docentes apartados volvieron a las aulas, fueron situados en posición directora y comenzó un proceso de cambio en la Universidad española, acorde con los principios del krausismo. Se restableció además la libertad de cátedra, se renovó el personal docente y se acometió la empresa de liberalizar y hacer más dinámica la institución universitaria.
El experimento sin embargo no resultó un gran éxito. La juventud que intentaron educar aquellos profesores aceptó con alborozo, pocos años después (1875), el fin de la Revolución y el regreso de los Borbones: es decir, el proceso político de la Restauración. Ya en 1888 aventuraba González Serrano, un hombre de la Institución, que quizá el fracaso se había debido a la repugnancia natural que suele sentir la juventud ante las imposiciones de cualquier tipo. Quizá los profesores krausistas habían ido demasiado lejos. Ni la mayoría de los catedráticos, ni de los alumnos, compartían sus puntos de vista, radicales en muchos aspectos. La masa del país seguía siendo católica y conservadora, por fuerte que hubiera sido el impacto liberal entre las minorías intelectuales, singularmente en Madrid.